- EAN13
- 9791041809875
- ISBN
- 979-10-418-0987-5
- Éditeur
- CULTUREA
- Date de publication
- 29/05/2023
- Nombre de pages
- 78
- Dimensions
- 22 x 17 x 0,5 cm
- Poids
- 138 g
- Langue
- castillan, espagnol
- Fiches UNIMARC
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Estábamos de luto por la muerte de nuestra madre, ocurrida el anterior, y pasamos todo el invierno en él campo, las tres solas: Macha, y yo. Macha era una antigua amiga de la casa; había sido nuestra aya, había educado a todas. Mis recuerdos, así como mi afecto por remontábanse tan lejos como los recuerdos de mí misma.
Sonia era mi hermana menor.
otoño Sonia
y nos ella,
El invierno transcurrió para nosotras sombrío y triste, en nuestra vieja morada de Poltrovski. El tiempo fue tan frío y ventoso, que la nieve llegó a amontonarse a mayor altura que las ventanas, las cuales estaban casi continuamente cubiertas de hielo y empañadas; por otra parte, apenas pudimos salir a pasear durante casi toda la temporada. Era muy raro que viniera alguien a vernos, y quienes nos visitaban no traían alegría ni jovialidad a nuestra casa. Todo ofrecían: un rostro apenado, hablaban en voz baja, como si tuviesen miedo de despertar a alguien; procuraban no reír; suspiraban y, a menudo, lloraban al mirarme, sobre todo a la vista de mi pobre Sonia, vestida con su trajecito negro. En la casa todo revelaba, de una u otra manera, la muerte cercana; la aflicción y el horror de la pérdida flotaban en el aire. El cuarto de mamá seguía cerrado, y yo sentía un malestar cruel, a la par que un deseo irresistible de dirigir una furtiva mirada al interior de aquel frío y desierto aposento, cuando pasaba cerca del mismo al irme a acostar.
Sonia era mi hermana menor.
otoño Sonia
y nos ella,
El invierno transcurrió para nosotras sombrío y triste, en nuestra vieja morada de Poltrovski. El tiempo fue tan frío y ventoso, que la nieve llegó a amontonarse a mayor altura que las ventanas, las cuales estaban casi continuamente cubiertas de hielo y empañadas; por otra parte, apenas pudimos salir a pasear durante casi toda la temporada. Era muy raro que viniera alguien a vernos, y quienes nos visitaban no traían alegría ni jovialidad a nuestra casa. Todo ofrecían: un rostro apenado, hablaban en voz baja, como si tuviesen miedo de despertar a alguien; procuraban no reír; suspiraban y, a menudo, lloraban al mirarme, sobre todo a la vista de mi pobre Sonia, vestida con su trajecito negro. En la casa todo revelaba, de una u otra manera, la muerte cercana; la aflicción y el horror de la pérdida flotaban en el aire. El cuarto de mamá seguía cerrado, y yo sentía un malestar cruel, a la par que un deseo irresistible de dirigir una furtiva mirada al interior de aquel frío y desierto aposento, cuando pasaba cerca del mismo al irme a acostar.
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